Santa María, Madre de Dios, te abro la puerta de mi corazón y te doy la bienvenida a cada parte de mi vida. Entra, brilla con tu brillo inmaculado en cada rincón oscuro; deja que la fragancia de tu pureza disipe los vapores fétidos de mis pecados; cambialos por charcos de dulzura, los charcos de amargura que durante tanto tiempo han envenenado los lugares profundos de mi corazón.
Demasiado tiempo he tratado de vivir sin tu belleza virginal para llenar mis ojos, sin tu solicitud maternal, para limpiar mis lágrimas, y sin tu buen consejo para guiarme en el camino de la paz. Permanece conmigo, Oh Inmaculada Concepción, Oh Reina asunta al cielo -Oh Alegría de todos– Oh Dolor quiero tener para que pueda comenzar por fin a no preferir nada en absoluto al amor de Cristo. A gastarme en adoración de Su Sacratísimo Cuerpo, y para encontrar en toda esa obediencia, me pide la voluntad de Aquel que en su inescrutable sabiduría y misericordia inagotable me ha llamado a esta vida, en este lugar que te pertenece, con tus hijos; hermanos que has elegido para mí. Y para todos nosotros, muéstrate siempre como una Madre, y a la hora de nuestra muerte sé para nosotros el consuelo final de la vida y la puerta abierta del cielo. Amén.
La Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María.
Domingo 8 de Diciembre del 2019
(Escrita por un monje)