Nuestro dulce Jesús ha traspasado tu corazón tan profundamente con las espinas de Sus dolores que dirás en adelante: ¡sufrir y no morir! o bien: ¡sufrir o morir! o mejor aún: ni sufrir ni morir, sino sumisión total al buen placer de Dios. El amor tiene una cualidad unitiva y hace propios los sufrimientos de la persona amada.
Cuanto más Cristo tome posesión de tu corazón, cuanto más buscarás ofrecerte a tu Amado y desearás apartarte y purificarte de todo lo que te interponga en esa unión. En esto, buscarás hacer tuyos los sufrimientos del Amado y sumergirte en el horno de su amor a través de las cruces que soportas. Encontraras alegría en tu dolor porque se llenará cada vez más con la presencia de Cristo. Deja que el Amado se convierta en todo para ti y no temas perderte completamente en Él o experimentar tu nada. Al mismo tiempo, recuerda, este amor debe mantenerse oculto, como lo son todas las cosas
delicadas e íntimas.
Persiste en el estudio de tu nada y sé fiel en la práctica de la virtud, sobre todo en la imitación de nuestro dulce Salvador en Su paciencia, porque este es el punto cardinal del amor puro. Nunca descuides ofrecerte como un holocausto a la infinita bondad de Dios. Este sacrificio debe hacerse en el fuego de la caridad divina; enciéndele con un ramo de mirra, es decir, con los sufrimientos de tu Salvador. Todo esto debe hacerse a puertas cerradas, estando separado y solo, en fe pura y simple.
San Pablo de la Cruz
Martes, 24 de Julio del 2018